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    1. La escritura fue revolucionaria, por todas las razones ya mencionadas; pero la inteligencia artificial parece cada vez más ser una “tecnología normal”

      La escritura debe seguir siendo una forma de arte, incluso en tiempos de inteligencia artificial. Aunque la IA pueda generar textos o ideas, carece de emociones, vivencias y conciencia, elementos esenciales para crear arte verdadero. Escribir no es solo comunicar, sino expresar lo que sentimos y pensamos, transformar nuestras experiencias en palabras con sentido humano. Por eso, debemos aprender a usar la tecnología como una herramienta de apoyo, sin dejar que sustituya nuestra voz ni nuestra creatividad. El equilibrio está en aprovechar lo que ofrece la IA, pero siempre aportando nuestro toque personal, crítico y sensible, porque solo así la escritura mantiene su esencia artística.

    2. Un discípulo de Platón, Aristóteles, a veces es descrito como una de las últimas personas que sabían todo lo que había por saber. No porque estuviera al tanto de todo el conocimiento en general, sino porque en su época la escritura aún no era tan popular y la cantidad de conocimiento a la que podía potencialmente tener acceso un individuo seguía siendo muy limitada. Quizás conociera todo lo que había que conocer en su mundo, pero ese mundo era bastante pequeño. Probablemente ignoraba conocimientos de China, o América, pero no podía saber que los ignoraba.

      Claro que si, decir que Aristóteles fue de los últimos en “saberlo todo” tiene sentido si entendemos que ese “todo” era el conocimiento accesible en su mundo: en Atenas y el entorno helénico podía reunir y ordenar mucha información, pero fuera de ese horizonte había saberes (por ejemplo de China o América) que ni siquiera se imaginaban. Eso no le quita mérito; más bien nos recuerda que la amplitud del conocimiento siempre está limitada por las herramientas y las redes de su época, y que conviene admirar su logro sin olvidar la modestia intelectual.

    3. Por supuesto, muchos de todas maneras la usan y la seguirán usando para realizar actividades que quizás no les son tan importantes. No podemos negar que la inteligencia artificial esté aquí para quedarse. El asunto es cómo va a quedarse.

      La inteligencia artificial representa una nueva revolución tecnológica que, al igual que las anteriores, exige de nosotros una capacidad de adaptación inteligente y crítica. A lo largo de la historia, cada avance (desde la máquina de vapor hasta la era digital) generó miedo y resistencia, pero también impulsó transformaciones positivas cuando aprendimos a integrarlo sin perder nuestras capacidades humanas. La IA no debería verse como un reemplazo del pensamiento, sino como una extensión de nuestras posibilidades. El verdadero reto está en mantener el equilibrio: usar la tecnología para potenciar la creatividad y quizás la productividad, sin caer en la pasividad ni en la dependencia absoluta. Adaptarnos no significa rendirnos ante la máquina, sino aprender a convivir con ella, usándola con conciencia y criterio para seguir siendo los protagonistas de nuestro propio desarrollo.