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  1. Feb 2018
    1. Los llamados pueblos ‘tradicionales’ no tienen ningún problema en vivir con esta certeza. Para los kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta cada acto de vivir es un acto de tejer —uno teje la vida en el pensamiento tanto como en la tierra y, desde luego, en la resistencia; de hecho, es en el telar donde se unen los elementos del mundo—. Los kogui viven con la convicción de que su tejido es esencial para el equilibrio del universo. En la tradición fanti-ashanti del Golfo de Benin el dios/diosa araña bisexual Anansi teje sin cesar la vida a partir de sus propios recursos materiales y cognitivos (Lozano 2015; Arocha 1999). En el continente americano sus hilos unen África y América y en el Pacífico colombiano se dice que Anansi ha creado la selva fractal y los serpenteantes estuarios con hilos que sacó de su vientre. Ella/él continúa vinculando cada recién nacido con el territorio a través de la práctica de la ombligada, que en el Pacífico llevan a cabo las parteras. Lozano (2015) piensa que Anansi es una metáfora de la supervivencia y la autosuficiencia; por esta razón, las parteras, además de ser practicantes de la re-existencia y lideresas espirituales, también son imaginaciones insurgentes. Así luchan estos mundos relacionales para perseverar como los mundos que son, incluso ante los ataques más feroces
    2. Al abogar por una nueva civilización aleja nuestra atención de los «grandes dinosaurios del siglo XX» (Manzini 2015: 193), a saber, los sistemas jerárquicos que subyacen las cuatro estructuras institucionales desfuturizadoras de Berry (gobiernos, corporaciones, universidades y religiones), y la lleva hacia la conformación de ‘ecologías territoriales’ —entramados de ecosistemas de lugares y comunidades— donde podrían funcionar con mayor facilidad los procesos abiertos de co-diseño. Por supuesto, desde hace tiempo se sabe que la política basada en el lugar también puede conducir a tendencias excluyentes y a localismos regresivos. Si estas tendencias se pueden mantener a raya, sin embargo, «las localidades y comunidades resultantes serían exactamente lo que se necesita para promover no sólo una nueva ecología territorial y un ecosistema resiliente sino, también, un bienestar sostenible» (

      ¿Cómo se puede dar ese diálogo entre dichas instituciones y comunidades? Particularmente porque en esa dinámica de cero mundos terminados, habría que mirar la continuidad de estas estructuras desfuturizadoras. Ellas tendrían que ser parte de ese único mundo destruido, que destruye el resto.

    3. Muchos grupos no predican su ser social en la idea de un individuo autónomo y separado; en estos casos se podría hablar, más propiamente, de regímenes de persona relacionales, en el que las personas existen en relación con los demás tanto como con, digamos, los ancestros, los seres espirituales, los seres naturales, etcétera
    4. Un principio general que me parece útil es que una ontología relacional es aquella dentro de la cual nada preexiste a las relaciones que la constituyen. En estas ontologías la vida es interrelación e interdependencia de principio a fin, siempre y en todo momento. El budismo tiene una de las nociones más sucintas y poderosas en este sentido: nada existe por sí mismo, todo interexiste; intersomos e interexistimos con todo en el planeta. Este principio de ‘interser’ ha sido ampliamente desarrollado en el pensamiento budista,23 pero, como he insistido, también caracteriza de facto muchas tradiciones culturales históricas. Una forma diferente de ver este asunto, desde la perspectiva de la biología fenomenológica, es la noción de la “coincidencia ininterrumpida de nuestro ser, nuestro hacer y nuestro conocer” (Maturana y Varela 1987: 35) que ya mencioné; en otras palabras, existe una profunda conexión entre la acción y la experiencia que, a su vez, infunde cierta circularidad en todo conocimiento y que Maturana y Varela resumen con la máxima “Todo lo que se hace es conocimiento y todo lo que se conoce es hacer [o diciendo que] cada acto de conocimiento origina un mundo” (1987: 26). Esta coincidencia de ser/hacer/conocer implica que estamos profundamente inmersos en el mundo junto con otros seres sensibles que son, igual e ineluctablemente, conocedores-hacedores como nosotros.

      Habría una pregunta aún sobre conocimientos móviles y conocimientos fijos y la convergencia hacia ellos en culturas distintas. Por ejemplo, la existencia y descubrimiento en paralelo del cero, por parte de aztecas y árabes.

    5. . Todas las culturas, a su juicio, sin embargo, encuentran los medios para responder a las patologías del aislamiento, para desaislarse de diversas maneras, por así decirlo, incluso a través de la religión (Nandy 1987: 102-109). Al reflexionar sobre la construcción de sociedades no opresivas que no caigan en nuevos órdenes opresivos, Nandy insiste en la necesidad de tener en cuenta las ‘visiones de los débiles’, sus nociones de una buena sociedad y un mundo deseable y sus críticas contra la uniformidad creada por la racionalidad dualista;
  2. Jan 2018
    1. en lugar de una intensificación de esa cultura centrada en la razón, como plantean algunas soluciones, incluyendo la ‘economía verde’— ella aboga por otra forma de racionalidad (no dualista, no colonialista) que resitúa la práctica humana dentro de la ecología y a los no humanos dentro de una ética de respeto y responsabilidad (vé
    2. La pregunta que tendremos que hacernos de forma cada vez más refinada es si podemos imaginar y crear formas alternativas de ser, hacer, y conocer sin perder la capacidad de entender y maniobrar hábilmente en los meandros de la constelación moderna de ciencia, real, individuo, y economía. Se necesitaría una transformación ontológica relativamente profunda de nuestra parte para alcanzar esta meta.

      El hacktivismo puede ser una manera de explorar dicha maniobrabilidad desde lo relacional, pues a pesar de estar basado en premisas de ciencia y técnica racionalista, no renuncia a su caracter relacional, crítico, ni político.

    3. La etnografía con grupos de Melanesia y el Amazonas ha sido particularmente eficaz en perturbar el tropo del yo moderno al mostrar la rica gama de regímenes sociales de la persona que no se ajustan a la noción Occidental del yo, muchos de los cuales son profundamente relacionales (e.g., Strathern 1988; Battaglia, ed. 1995; Viveiros de Castro 2011). El budismo, por supuesto, ha desarrollado por más de 2.500 años una poderosa teoría y práctica de la vida basada, precisamente, en la no existencia de lo que llamamos el ‘yo’ —de hecho, para el budismo el apego al yo y la fijación en una noción objetivista de ‘lo real’ son las causas fundamentales del sufrimiento, más que de libertad—.